CON LOS PIES EN LA TIERRA
ENTREVISTA Sandra Rodríguez es una de
esas mujeres a las que de pronto un golpe artero, un hecho cruel, les
cambia la vida. Ella era feliz, tenía un compañero al que amaba
“ideológicamente” y dos hijas que criaban juntxs. El era Carlos
Fuentealba, maestro asesinado por la espalda por el policía Darío
Poblete, durante una protesta gremial brutalmente reprimida, el 4 de
abril de 2007 en Neuquén. Ocho años después, Sandra sigue reclamando
justicia y castigo a los responsables del crimen, al tiempo que comparte
la historia de su lucha.
POR NOEMÍ CIOLLARO
Al
principio Sandra se rebeló, lloró, gritó, sintió que no iba a poder
seguir adelante con sus dos hijas, se encerró, dejó la enseñanza y buscó
fuerzas en su interior y en los principios e ideales que había
compartido con su marido, buscó el camino a seguir.
Su militancia y
las compañeras y compañeros de los gremios de ATEN (Asociación de
Trabajadores Docentes de Neuquén) y Ctera (Confederación de Trabajadores
de la Educación de la República Argentina) la rodearon y sostuvieron.
No la dejaron sola, pero el dolor y la impotencia eran enormes.
Sandra
podría haber aceptado la muerte de Carlos resignadamente, abroquelarse
en su dolor y dedicarse a criar a las niñas, seguir con su trabajo
docente y “rehacer” –como dicen quienes miran de afuera– su vida.
Sin
embargo eligió otro camino, el de la lucha por la verdad. Lleva ocho
años en ese camino, sinuoso, jalonado de trampas, mentiras, simulacros y
evasivas de una Justicia esquiva y un poder político que maniobra,
elude responsabilidades y justifica el asesinato. A pesar de todo, la
cara vital y sonriente del maestro Fuentealba flamea en banderas alzadas
en cientos de marchas en todo el país, y el reclamo de juicio y castigo
a los culpables no cesa.
Sandra dialogó con Las12 y lo primero que
destacó fue que un par de días antes, el Tribunal de Impugnación del
Poder Judicial de Neuquén revocó el sobreseimiento de los 15 policías
imputados en la Causa Fuentealba II, que investiga las responsabilidades
políticas y policiales en el crimen. “Esta es una nueva batalla que
ganamos junto a ATEN y Ctera, han pasado ocho años; pensar que el 4 de
abril de 2007 mi hija Ariadna estaba por cumplir 10 y Camila, la mayor,
tenía 14, ahora tienen 18 y 23”, apunta.
Y vos Sandra, ¿cuántos años
tenías? –Yo tenía 40 cuando pasó todo esto que fue el momento más
difícil de mi vida, nos atravesó a las tres por completo, es una
historia aparte la de nosotras tres sin él. El de Carlos y yo fue un
amor ideológico, una vez escribí un texto que se llamaba “Una pareja
compatiblemente ideológica”; creo que los que nos hemos formado en algún
tipo de militancia de las viejas épocas, yo lo hice en los ’80,
estábamos embriagados por la democracia, era todo una euforia enorme.
Cuando nos conocimos él militaba en el sindicato de la Uocra (Unión
Obreros de la Construcción de la República Argentina), y yo en ATEN. Me
recibí de maestra en Vicente López, en Buenos Aires, y me fui a vivir a
Neuquén con una compañera, queríamos ser docentes del sur, llenas de
sueños. Y bueno, en aquel momento Carlos y yo pertenecíamos al viejo
partido MAS (Movimiento al Socialismo) que, valga la salvedad, no tenía
nada que ver con el actual. Allí nos conocimos, y cuando el MAS se rompe
en el ’91, los dos nos vamos del partido muy decepcionados.
Nuestro
amor se construyó así, discutiendo marxismo y trotskismo. Lo que me
gustó de él es que era muy concreto, ponía el cuerpo. Sí, lo puso hasta
el final, aun cuando no estaba del todo de acuerdo con hacer un corte de
ruta en ese lugar, y efectivamente les hicieron una encerrona, pero
acató la decisión de la mayoría. Si algo destaqué en los casi 18 años
que vivimos juntos fue su coherencia entre lo que pensaba y lo que
hacía.
Era muy sencillo en pensamientos muy profundos, muy políticos, que yo a veces no llegaba a entender del todo.
Carlos se recibió de maestro con casi 40 años...
–Sí, a los 38, venía de una familia campesina.
Su
papá era peón, chofer en una estancia, él le decía “la estancia de los
gringos”. Cuando de pronto se fue a estudiar desde Junín de los Andes,
en la cordillera, a Neuquén; fue un traspaso del chico de frontera,
becado, de escuela salesiana, que llegó a la ciudad a un internado donde
se sentía muy solo. Yo lo conocí así, era un solitario, le costaba
compartir, pero un día nos encontramos en un pub que ya no existe, La
Tasca, donde íbamos jóvenes a los que en esa época nos llamaban
“psicobolches” y “hippies”, qué sé yo... y como él era muchacho de campo
decía que las hippies no le gustaban. Entró allí con un compañero, y yo
me había encontrado con una amiga que estaba en crisis, recién
separada, y él nos preguntó si podían sentarse con nosotras. Cuando
entró no lo vi con los mismos ojos con que lo miraba estando en el
partido, estaba lindo, brillaba. Y después pude saber que ese brillo
tenía algo muy profundo, compartimos muchos años de una vida muy plena.
Eramos militantes de la vida, que significa que vas a pelear por los
derechos, desde donde sea que estés. Antes él estaba en su sindicato,
trabajó en la juguera donde empacaban fruta, y tanto en el barrio como
en la fábrica organizaba, reclamaba, tenía una formación sindical muy
fuerte, eso del campesino, peón, que pasaba a ser obrero de la
construcción.
Yo soy maestra y profesora de Bellas Artes en el nivel superior, que fue algo que estudié en Neuquén.
La
militancia como salvavidas De 2007 a hoy pasaste por muchas etapas,
¿cómo llegaste a este presente de lucha? –Hubo un punto en el que no
quería te- ner contacto con la vida, ni tampoco estar mucho con los pies
en la tierra . Tal vez porque, muchas veces lo dije, no quería estar.
Hoy quiero estar, por mí, por mis hijas, por los que me quieren, por los
que quiero, empecé a reconstruir vínculos y principalmente creo que
estoy empezando a recuperarme. Creo que está empezando a cerrar el
duelo, porque volví a trabajar después de ocho años, había dejado de
trabajar en la educación pública. Milité, milité, milité.
Me refugié
en la casa, hacía una vida muy expuesta públicamente y muy solitaria en
el interior de mi casa. Y esto empezó a cambiar.
¿Qué fue lo que te
ayudó a salir de ese estado? –No me voy a cansar de repetirlo, a mí me
ayudó mucho Stella Maldonado (secretaria general de Ctera fallecida el
pasado 13 de octubre). Ella me ayudó a construir ese lugar interior que
ayudaba tanto a Carlos... Ctera era para nosotros algo lejano, ajeno,
pero un amigo de Carlos se acercó después de que lo mataron y me dijo:
“Yo sé que estás muy mal, pero es una causa muy difícil y tenés que
saber elegir muy bien un abogado y cómo hacer las cosas, dejá que te
ayuden”. Y fue así como de pronto se presentó Stella en Neuquén y junto a
ellos emprendimos la lucha que hoy seguimos llevando adelante. Ella
llegó, se plantó ante mí y me dijo: “Sé por lo que estás pasando, a mí
me mataron a mi compañero cuando tenía una hija de nueve meses, hay que
aprender a vivir y a luchar de nuevo, contá conmigo”. Son esas cosas que
pasan sólo entre mujeres, es así, me despertó algo, me dio una razón
para seguir.
Y a partir de allí, con su apoyo y el de los compañeros
fuimos encausando la lucha, también con el CELS y tantos otros que se
acercaron y lograron que de a poco yo recuperara las ganas de vivir,
para luchar, para seguir.
Tus hijas ¿cómo están? –Camila está en
tercer año del profesorado de Educación Física, obstinadamente seguimos
apostando a la educación nosotras, y Ariadna empezó este año medicina en
Cipolletti. Las dos viven conmigo, tienen una linda vida, nutrida. Este
4 de abril, por primera vez reímos las tres, no es fácil para nosotras
reír un 4 de abril, hice una foto muy linda de las tres ese día. También
pensé cuál va a ser el día que un 4 de abril me pueda quedar en casa a
llorar a Carlos, y no tener que salir a pelear por justicia. Eso marca
el tiempo, el paso y las ganas de que esto también se despeje. Lo que
más rescato es que mis hijas han podido sobrevivir esta etapa de la
adolescencia y yo también como mamá, no me imaginaba siendo una mamá
sola. El año pasado, cuando parecía que la causa judicial finalmente se
cerraba, hice un balance muy fuerte de cuáles habían sido mis logros
como mujer, y con mis hijas, esa nueva familia que tuvimos que hacer con
la ausencia-presencia de Carlos. Las tres tratando de seguir nuestra
vidas íntegras y con el peso de lo que significa ser las hijas de
Fuentealba, y yo su compañera.
¿Qué significa ese peso al que te
referís? –Es ese peso social, estigmatizador, la mujer que decide luchar
es pública y por ende puede sufrir cualquier tipo de crítica mediática.
Ha habido mucha, mucha violencia mediática, mentiras, desprestigios.
Inclusive de sectores que no esperábamos.
De
los que están incriminados en la causa una espera cualquier cosa, pero
que ocurra con la gente que por ahí disiente con la forma en la que yo
decidí pelear... Hay quienes sostienen que esa no es la forma en la que
pensaba Carlos y la realidad es que Carlos no está acá y que ellos ahora
lo hacen hablar a Carlos con una voz de cuando él tenía 18 años, y no
con la del Carlos que conocí y disfruté a lo largo de toda nuestra vida
juntos, yo no voy a hacerlo hablar... Hablo del nuevo MAS, o de sectores
de izquierda que no aprueban la lucha que llevamos adelante.
¿Tienen apoyo de la familia de Carlos? –No, eso también fue y es muy difícil.
Carlos
tenía dos hermanos militares, uno estaba con Seineldín y el otro fue
comando en Panamá. Los padres me culparon por lo que pasó, como que yo
lo arrastré, como si él hubiera sido un niño... De eso me acusaron en el
hospital cuando acababa de morir Carlos. Esa es la primera condena, la
que una sufre, es la culpa de la sobreviviente, y mi psicólogo dice que
hasta hoy eso me ocurre.
También hubo disputa por el cuerpo de
Carlos, él una vez jorobando había dicho que si se moría lo metiéramos
en una caja de manzanas y lo cremáramos, esas conversaciones ridículas y
risibles con las que se juega, ¿no? Como había trabajando con la fruta
se le ocurrió lo del cajón de manzanas. Hasta hoy no hubo cremación,
primero porque el cuerpo estaba resguardado judicialmente, y después
porque yo todavía no junté fuerzas para eso. Y bueno, a los padres de él
no los vemos, ellos le dieron personalmente el perdón por la muerte de
Carlos al exgobernador de Neuquén Jorge Sobisch, en 2007, y eso para mí
fue un corte tajante porque él fue el responsable político de su
asesinato, el que ordenó la represión armada contra maestros indefensos.
Y para mis hijas también fue terrible. Sólo está Ricardo, un hermano de
Carlos que viene a las marchas. Y él el año pasado llevó a Camila a ver
a su abuelo, que estaba internado, siete años después. Yo construí con
ellos una historia con mucho esfuerzo, éramos muy distintos, había
prejuicio, mi familia era muy diferente.
Sin embargo hice todo lo
posible por llevar adelante una relación normal, a pesar de las
diferencias de todo tipo, ideológicas y humanas.
Fuentealba I y II
Un año después del crimen la Justicia neuquina, en lo que constituyó la
causa Fuentealba I, condenó al policía Darío Poblete, autor del disparo
de la granada lacrimógena que impactó en la cabeza del maestro, y
provocó su muerte unas horas más tarde. La causa tiene 15 imputados más
–por la brutal represión a los docentes– que en septiembre pasado
resultaron sobreseídos, pero a fines de abril esos sobreseimientos
fueron revocados, dando lugar al recurso que presentó la querella, y
debiendo continuar la investigación acerca de las responsabilidades de
los 15 policías. El que hasta ahora pudo evitar el juicio oral por
tratarse de quien ordenó la represión, es el ex gobernador Sobisch, tema
que está en la causa Fuentealba II aún pendiente de resolución.
La lucha continúa, ¿cómo sigue? –Sí, hasta el final, hasta que lleguemos a la justicia total como tiene que ser.
Nuestras
historias con Carlos fueron toda una vida, un aprendizaje. Hoy
agradezco haber tenido tantos años –aunque me hubiera gustado que fueran
muchos más– con ese compañero que me enseñó un montón de cosas y con el
que tuve una historia de amor plena que me llenó el alma. Y puedo decir
que todo esto es la vida. Una no rehace la vida, una rearma con los
pedacitos que quedaron, pero la armo desde el lugar al que llegué con
Carlos, por eso a esta edad una sabe qué es un buen compañero, una buena
persona, un futuro, qué son los ideales.
Una tiene mucha más firmeza. _